Desde 1999, fecha en la que se empezó a
contabilizar, las mujeres asesinadas por sus parejas o ex parejas en el estado
español ha superado el número de víctimas causadas en los 51 años de terrorismo
de ETA, llegando al millar.
En estos últimos años la violencia de género ha
dejado de considerarse un problema personal, familiar, doméstico e íntimo; para
ser entendida como un problema social, basado en la desigual asignación de
roles a mujeres y hombres. Los roles, papeles que se esperan desempeñemos, se
asignan en función de una serie de estereotipos de género, es decir, imágenes
socialmente compartidas sobre cómo deben hombres y mujeres ser, pensar, actuar
y sentir, qué espacios deben ocupar y que tareas deben realizar.
Roles y estereotipos son socioculturalmente
construidos, y por tanto modificables. Se transmiten de generación en
generación mediante el proceso de socialización, mediante el cual aprendemos
opiniones, valores, normas y conductas en consonancia con la cultura familiar y
social de referencia. También aprendemos la forma en que manejamos y expresamos
nuestras emociones. Actualmente los principales agentes de socialización son la
familia, la escuela, los grupos de iguales y los medios de comunicación social.
Todo ello nos muestra cómo debemos comportarnos y sentir chicas y chicos,
mujeres y hombres; y nos ofrecen modelos de género, masculinos y femeninos, más
o menos tradicionales. Todos estos agentes de socialización formamos parte de
la ‘tribu‘ educativa.
La importancia de las medidas educativas en la
prevención de la violencia de género, está descrita y prescrita en las leyes
aprobadas al respecto, como son la Ley Orgánica 1/2004 de Medidas de Protección
Integral contra la violencia de género, la Ley Orgánica 3/2007 para la Igualdad
efectiva entre mujeres y hombres, la Ley Orgánica 2/2006 de Educación, y la
recientemente aprobada Ley 7/2012 Integral contra la violencia sobre la mujer
en el ámbito de la Comunidad Valenciana. Todas estas leyes mencionan en su
exposición de motivos la necesidad de trabajar desde el ámbito educativo para
eliminar las desigualdades de género y prevenir la violencia. La normativa
señala un currículum de mínimos específico, que incorpora la perspectiva de
género en las diferentes etapas educativas, para enseñar a detectar y superar
las discriminaciones sexistas, para prevenir la violencia de género y para
posibilitar la construcción de subjetividades más libres y de sociedades más
justas y equitativas. En definitiva, la legislación promueve la coeducación,
pero ni tenemos claro qué significa coeducar, ni se destinan recursos suficientes
para ponerla en práctica.
Coeducar va más allá de educar en la misma aula y
con el mismo currículo y metodología a chicas y chicos. Coeducar significa
educar en igualdad de oportunidades, respetando y valorando las diferencias. El
currículo básico sigue siendo androcéntrico, concibe el mundo desde una mirada
masculina, se centra en el saber científico producido en el ámbito público,
masculino, mientras omite conocimientos surgidos en el ámbito privado y no
valora la experiencia y la vida cotidiana. Sólo hay que prestar atención a la
invisibilidad de las mujeres y de los saberes considerados femeninos de los libros
de texto.
Durante el año 2012, he estado desarrollando un
trabajo de investigación, dentro del Máster de Género de la Universidad de
Valencia, sobre estereotipos de género y mitos sobre el amor romántico en la
adolescencia. En este trabajo he analizado el material de investigación
obtenido en los Talleres de Prevención de la Violencia de Género realizados en
el IES de Bocairent, una iniciativa surgida del I Plan Municipal de Igualdad de
Oportunidades entre Mujeres y Hombres del Ayuntamiento de Bocairent. Los
talleres se impartieron entre enero y abril de 2012 en las horas de tutoría y
se intervino con todos los grupos desde 3º de la ESO. Partiendo de un marco
teórico que relaciona en el origen de la violencia de género en parejas jóvenes
se encuentran los estereotipos de género, una socialización diferencial de las
emociones y un alto grado de mitificación del amor romántico, y de la revisión
de varios trabajos de investigación publicados sobre este tema, se analizaron
dos ejes temáticos: estereotipos de género y mitos sobre el amor romántico,
desde una triple perspectiva, mediante la triangulación de técnicas de análisis
de corte cualitativo. La triple perspectiva contempla diferentes niveles de
análisis: uno individual, realizado sobre las expectativas amorosas que
aparecen en las redacciones sobre la historia de amor ideal; uno grupal,
realizado sobre comentarios, debates y valoración de los talleres; y un tercer
nivel denominado sociocultural, en el que se han analizado sus canciones de
amor favoritas y películas románticas. Desde esta triple perspectiva he
pretendido hacerme una idea de qué mitos y estereotipos aparecen en el
imaginario romántico adolescente. Los discursos sobre la igualdad y sobre la
violencia de género van apareciendo de manera transversal.
Y en esta investigación he llegado a las siguientes
conclusiones: aproximadamente un 80% de chicas y chicos tienen unas
expectativas respecto a las relaciones amorosas muy mitificadas y
estereotipadas. Los chicos son los que toman la iniciativa en el acercamiento
mientras las chicas lanzas señales de manera indirecta y esperan ser
‘pretendidas’. Las chicas suelen sentirse atraídas hacia chicos cuyos rasgos se
asocian al modelo tradicional de masculinidad, como ellas definen ‘con pinta de
malote’ y desvalorizan a los chicos que no asumen ese papel. Los chicos ven a
las chicas como un objeto al que poseer, le dan mucha importancia al físico y
desprecian a las chicas ‘fáciles’. Las chicas idealizan más que los chicos a la
persona amada, al ‘príncipe azul’, lo que puede colocarlas en situación de
vulnerabilidad frente al maltrato, ya que esto les impide detectar las señales
de riesgo y conductas abusivas hacia ellas. El imaginario amoroso sigue el
patrón de los cuentos de hadas. Este patrón es el mismo que el de las películas
románticas que consumen, Saga Crepúsculo y a 3 metros sobre el cielo; y el de
sus canciones de amor favoritas. Pero hay un 20% de chicas y chicos que se
abren a nuevas posibilidades de relación, lo que apunta a que es posible
introducir cambios en este panorama.
Por otra parte, se sigue considerando que el
feminismo es lo simétrico al machismo, no se entiende como un planteamiento
sobre la igualdad de derechos sino que se considera algo radical porque ‘la
igualdad ya existe’. El discurso igualitario está muy aceptado, es
políticamente correcto, pero este discurso no concuerda con su actuación, y las
chicas más mayores, de 2º Bachillerato son conscientes de ello. Hay un gran
desconocimiento de las aportaciones de las mujeres a la historia, ciencia, etc.
y se sorprenden cuando analizamos la evolución de la situación jurídica de las
mujeres en las últimas décadas. Las chicas están más interesadas en abordar
estos temas que los chicos, quienes no asumen su responsabilidad en el
mantenimiento de las desigualdades y aceptan de buen grado los privilegios
patriarcales. Reconocen que chicas y chicos aman de manera diferente, ellas son
más emotivas y tiran de la relación, ellos se dejan llevar. Los celos son una
parte necesaria del amor y piensan que las conductas de control y dominio son
naturales en cualquier relación.
Cuando abordamos el tema de la violencia de género,
piensan que se trata de un problema personal, en la que el agresor es alguien
enfermo y la víctima es débil, e incluso la culpabilizan por ello.
Durante la adolescencia, chicas y chicos acaban de
formar identidad personal en unos estereotipos de género muy marcados. La falta
de modelos alternativos a los tradicionales de masculinidad y feminidad está
contribuyendo a ello. La socialización emocional diferenciada desemboca en que
en las relaciones amorosas cada uno asuma su rol: ellas se encargan del
bienestar emocional de la pareja a cambio de una supuesta protección.
Ante este panorama, ¿qué podemos hacer?
La educación es la principal herramienta que tenemos
a nuestro alcance para fomentar unas relaciones amorosas mucho más realistas y
equitativas. La igualdad no se aprende sola, como señala Mª Elena Simón,
necesita de las tres P: Prioridad, Presupuesto y Personal preparado.
Si queremos educar para erradicar la violencia de
género, debemos intervenir sobre las actitudes y creencias que la sustentan, y
que son la naturalización de las diferencias sexuales y la mitificación de las
relaciones amorosas y de pareja.
María Cruz Pla Milán. Psicóloga. Máster en Género y
Políticas de Igualdad. Formadora, tallerista e investigadora. (Este artículo ha sido publicado en el nº 48 de la Revista Barcella, febrero 2013, en valenciano)